Un contraste entre la vida en un pueblo dominicano y una ciudad estadounidense
Haber crecido en un pintoresco pueblo dominicano me regaló recuerdos indelebles, como aquellas tardes en las que nos sentábamos en la galería de casa a observar el ritmo pausado de la vida. Vivir en una casa ubicada en la calle principal tenía sus encantos: ser testigo del ir y venir de los vecinos, saludar a todo el mundo y sentir que formabas parte de un tejido social vibrante y cercano. En mi pueblo, el tiempo parecía fluir de manera distinta, y el descanso no era un lujo, sino una parte esencial del día.
Uno de los contrastes más impactantes al mudarme a una ciudad estadounidense fue descubrir cómo el ocio aquí es algo que debe ganarse. Parece que nadie se permite un momento de descanso sin sentir cierta culpa, especialmente si no se han cumplido todas las tareas pendientes del día. La mentalidad de 'siempre hay algo más por hacer' domina la rutina, y el descanso se convierte en un privilegio en lugar de un derecho.
En cambio, en mi pueblo, el descanso es sagrado. No importa si el día ha sido productivo o no; siempre hay espacio para una pausa, una siesta o un momento para discutir algun chisme.
Recuerdo una anécdota que siempre me hace reír y reflexionar al mismo tiempo. Tenia cuatro años fuera del pais, y al haber regresado todos me llamaban 'gringa' y 'rubia' a pesar de mi pelo negro azabache. Eran las 2:00 PM, el calor era intenso, y mi cuerpo clamaba por una 'vestida de novia' (una cerveza bien fría). Sin embargo, había olvidado por completo que, a esa hora, todos los colmados cierran para la siesta y no reabren hasta alrededor de las 5:00 PM. Me encontré en medio de una calle desierta, bajo el caracteristico sol abrasador de mi querido Duverge, frunciendo el ceño al darme cuenta de que no había un solo establecimiento abierto donde saciar mi sed. Al final, no me quedó más remedio que echarme agua en el cuello y unirme a la tradición local: tomarme una siesta.
Esta experiencia me recordó una frase italiana que aparece en el libro Eat Pray Love y en su adaptación cinematográfica: ’l Dolce Far Niente', el arte de hacer nada. Se trata de disfrutar plenamente del momento presente, sin preocupaciones ni pendientes, permitiendo que nuestros cinco sentidos se deleiten con el entorno y las personas que nos rodean. En mi pueblo, este arte se practica a diario, sin necesidad de justificaciones.
Y tú, ¿cuándo fue la última vez que te permitiste hacer absolutamente nada, más que simplemente existir y disfrutar del momento? En un mundo que nos empuja constantemente a ser productivos, quizás sea hora de recordar que el descanso y el ocio también son parte esencial de una vida plena.
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