Etiqueta: Lecciones de vida

  • Lo que Aprendí en Tres Años de Cartomancia

    Aunque para algunos será una sorpresa, llevo tres años practicando la cartomancia: el arte de interpretar el futuro mediante cartas como el tarot, los oráculos o incluso las barajas de casino. Este viaje comenzó cuando, atraída por los videos de lecturas en YouTube, compartí mi curiosidad con mi prima Lina Victoria. Para mi cumpleaños, ella me regaló un mazo de cartas de Rider-Waite, el más emblemático en el mundo del tarot. 

    La conexión con lo psíquico no me es ajena pues corre en la sangre de mis venas. Mi abuela materna practica la velomancia (adivinación mediante velas) y colabora con una entidad para sanar enfermos, habilidad heredada de mi bisabuela. Incluso mi tía tataraabuela leía las cartas. Sin falsa modestia, pero con los pies en la tierra, puedo decir que pertenezco a un linaje de realeza espiritual, un legado que me llena de orgullo. 

    Gracias a este don, he guiado a allegados y conectado con personas maravillosas a medida que mi reputación crecía. Llegué a establecer un negocio efímero y, aunque hoy solo atiendo esporádicamente, conservo clientes fieles que confían en mi intuición. 

    Amo lo que hago, no solo por la reverencia que recibo —que validó un talento que durante años ignoré—, sino por las lecciones humanas que he aprendido: el poder del subconsciente, la fragilidad emocional y la búsqueda de respuestas ante los desafíos de la vida. 

    Algunos clientes, asombrados por mi precisión, intentan ponerme en un pedestal. Siempre lo rechazo: esta habilidad no me hace superior. Sé que esto suena algo contradictorio después de reclamar ser parte de una "realeza espiritual". La verdad es que todos podemos conectar con nuestra psique y usar un sinnúmero de herramientas, como el tarot, para iluminar nuestros caminos. 

    He visto personas ignorar el poder innato que poseemos como hijos del Universo, convirtiendo las cartas en ídolos vacíos. Clientes que no mueven un dedo sin consultarlas, entregando no solo su dinero ganado con mucho trabajo, sino su libre albedrío. Lamentablemente, muchos psíquicos explotan esta vulnerabilidad para beneficio propio. 

    A mí, para bien o para mal, me criaron con otros valores. Por eso, aprovecho cada lectura para educar: el tarot es una herramienta, no un oráculo absoluto. Las decisiones tomadas tras una consulta son responsabilidad exclusiva del consultante. Así aprendí que muchos prefieren externalizar su poder: si algo sale mal, basta encogerse de hombros y decir: "Solo seguí lo que decían las cartas". 

    También están quienes encuentran paz en las lecturas. Recibo comentarios conmovedores sobre el alivio que sienten tras una consulta. Sí, la guía tranquiliza, pero esto convierte al tarot en un arma de doble filo. Algunos, embriagados en la esperanza de obtener lo que desean, se enganchan a esa dosis de dopamina, cayendo en la adicción a las lecturas. 

    Al principio no lo entendía, pero al expandir mi clientela, y con ella mi habilidad, vi desesperación en carne propia: llamadas a altas horas de la noche, voces temblorosas pidiendo respuestas inmediatas, haciendo las mismas preguntas consulta tras consulta. 

    Por eso, mi regla de oro —especialmente con allegados— es no leer bajo emociones intensas. Si detecto alteración, intento calmar a la persona o posponemos la sesión. Esto no solo mejora la recepción del mensaje, sino que previene la dependencia emocional. 

    Esas crisis de incertidumbre, paradójicamente, suelen bloquear nuestras bendiciones. Yo misma caí en ello: hacía lecturas diarias obsesionadas con controlar el futuro. Al final, comprendí que somos nuestros peores enemigos. 

    Sin embargo, estos patrones nos hacen humanos. Aunque únicos, somos predecibles. Al elevar mi conciencia, una lección resuena: todos somos honestos. Mentir es solo un síntoma de la falta de autoaceptación. Quienes exploramos la psique vemos las intenciones ajenas con claridad; por eso, las mentiras no prosperan cerca de mí. 

    El miedo a confrontarse a sí mismos lleva a muchos a refugiarse en religiones basadas en el temor o a proyectar inseguridades en otros. Pero la respuesta, siempre, es el amor. Piensen en su infancia: corrían llorando a los brazos de su madre, y su amor los calmaba. O en los sacrificios de su padre por la familia. Como lo expresa Niní Cáffaro en «Por Amor», este sentimiento tiene el poder de sanar un mundo herido. Y por amor, quiero seguir compartiendo lo mejor de mí a través de mis lecturas. 

    Quiero dedicar estas palabras a mi prima Lina Victoria, quien me regaló mi primer tarot; a Alejandra, pionera en difundir mi don; a mi adorada Denise, mi hermana del alma, y a mis queridos clientes. Gracias por confiar en mí. Los adoro, aunque a veces me saquen de quicio 🙂

  • El Arte de Hacer Nada

    Un contraste entre la vida en un pueblo dominicano y una ciudad estadounidense

    Haber crecido en un pintoresco pueblo dominicano me regaló recuerdos indelebles, como aquellas tardes en las que nos sentábamos en la galería de casa a observar el ritmo pausado de la vida. Vivir en una casa ubicada en la calle principal tenía sus encantos: ser testigo del ir y venir de los vecinos, saludar a todo el mundo y sentir que formabas parte de un tejido social vibrante y cercano. En mi pueblo, el tiempo parecía fluir de manera distinta, y el descanso no era un lujo, sino una parte esencial del día.

    Uno de los contrastes más impactantes al mudarme a una ciudad estadounidense fue descubrir cómo el ocio aquí es algo que debe ganarse. Parece que nadie se permite un momento de descanso sin sentir cierta culpa, especialmente si no se han cumplido todas las tareas pendientes del día. La mentalidad de 'siempre hay algo más por hacer' domina la rutina, y el descanso se convierte en un privilegio en lugar de un derecho.

    En cambio, en mi pueblo, el descanso es sagrado. No importa si el día ha sido productivo o no; siempre hay espacio para una pausa, una siesta o un momento para discutir algun chisme.

    Recuerdo una anécdota que siempre me hace reír y reflexionar al mismo tiempo. Tenia cuatro años fuera del pais, y al haber regresado todos me llamaban 'gringa' y 'rubia' a pesar de mi pelo negro azabache. Eran las 2:00 PM, el calor era intenso, y mi cuerpo clamaba por una 'vestida de novia' (una cerveza bien fría). Sin embargo, había olvidado por completo que, a esa hora, todos los colmados cierran para la siesta y no reabren hasta alrededor de las 5:00 PM. Me encontré en medio de una calle desierta, bajo el caracteristico sol abrasador de mi querido Duverge, frunciendo el ceño al darme cuenta de que no había un solo establecimiento abierto donde saciar mi sed. Al final, no me quedó más remedio que echarme agua en el cuello y unirme a la tradición local: tomarme una siesta.

    Esta experiencia me recordó una frase italiana que aparece en el libro Eat Pray Love y en su adaptación cinematográfica: ’l Dolce Far Niente', el arte de hacer nada. Se trata de disfrutar plenamente del momento presente, sin preocupaciones ni pendientes, permitiendo que nuestros cinco sentidos se deleiten con el entorno y las personas que nos rodean. En mi pueblo, este arte se practica a diario, sin necesidad de justificaciones.

    Y tú, ¿cuándo fue la última vez que te permitiste hacer absolutamente nada, más que simplemente existir y disfrutar del momento? En un mundo que nos empuja constantemente a ser productivos, quizás sea hora de recordar que el descanso y el ocio también son parte esencial de una vida plena.